7 miradas a la BAU
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Este artículo del proyecto mARTadero, desde una mirada lanzada desde lo sociológico del urbanismo, es un aporte al pensamiento colectivo y progresivo y a la construcción social a través del arte.


 

LEYENDO Y ESCRIBIENDO LA CIUDAD

Arquitectos, devuélvannos los lugares donde comunicar.
Graffiti en Milán. Octubre del 92

Si el arte contemporáneo ocupa los intersticios de las artes tradicionales, el arte urbano cruza casi todas las expresiones artísticas experimentales con un vector ciudad, escribiendo una lectura que se cobija en resquicios, hendiduras, grietas…

El arte urbano se hace así vigoroso, amplio. No sólo considera la ciudad como soporte, sino también como recurso,  temática, escenario, estilo y lógica, medio o técnica. Las mejores obras de esta II BAU 2013 realizan profundas lecturas de la ciudad, desde sus dimensiones de urbes y civitas. Dialogan con el patrimonio reflexionando poéticamente sobre el artificioso progreso (Erica il Cane y Bastardilla), rescatan e instalan valores sociales de fuerza y lucha cotidiana (Charquipunk, Decertor, Salvador, Knorke Leaf, Simi Warmi), introducen mundos paralelos y escenarios distantes en el aquí y ahora (Steep, Inti), mantienen viva la estética e ideología de momentos y movimientos pasados (Brigada Negotrópica, Seta), juegan con la ciudad personalizándola con narrativas posibles (Diego Vilar, Antropoide Sánchez, Equipo Quipo)…

La interrelación de esta Bienal de Arte Urbano con las acciones de mejoramiento barrial emprendidas por el proyecto mARTadero y la plataforma de vecinos, han desencadenado además pertinentes reflexiones sobre el rol detonador del arte en procesos sociales, y sobre múltiples cuestiones que posicionan las nuevas formas de ser en la ciudad, articulando, accionando, creando.

Sin embargo, no todas las acciones en el arte urbano parecen lograr –quizás ni buscar- un propósito verdaderamente artístico. El entusiasmo no siempre lleva aparejado el oficio y esa lectura de la ciudad se evidencia casi tan importante como su escritura. Hay que saber dialogar con los muros y demás objetos urbanos, tanto como con sus habitantes y usuarios. Combinar el deseo de marcar para apropiarse, para transgredir, para autoafirmarse, con un verdadero conocimiento de la acción misma y sus lógicas, alumbrado por la conciencia del para qué. Crear para dar, transformar, comunicar. Y luego, saber manejar suficientemente la técnica como para que fluya y permita la expresión sin obstaculizarla.

Nuestras ciudades se llenan desgraciadamente por ello de marcas que no proponen gran cosa, pues no entablan un diálogo constructivo, de ampliación de la conciencia y de la comprensión del mundo que vivimos. Si construyen algo, lo hacen desde lejos de la estética artística, apartándose de ese espacio de construcción social, soporte poderoso de propuestas comunicativas, capaz de transformar nuestro entorno, nuestro contexto y hasta a nosotros mismos.

Pero es que a nadie se le escapa que nos encontramos en crisis. Crisis de sistema y de valores. Crisis de crítica y de criterio, conceptos todos ellos emparentados de raíz. Y el arte urbano –el contemporáneo, en general- no hace más que acusarlo. Y en ese escenario, la ciudad se disputa. Por ello, un graffiti puede y debe ser transformador. Lo eran –por su poética narrativa- en el mayo del 68 y lo son aquellas veces que logran conectar realidades, despertarnos del letargo mecánico en que la ciudad nos coloca… Porque, de estar bien planteados, son todo un manifiesto de inclusión conceptual y exclusión formal, de análisis previo y síntesis posterior, de apropiación y generosidad, de superación “civilizada” del deseo de mostrarse para saber dar.

Como un sencillo acto de amor a la ciudad… a veces como mirada, a veces como beso, a veces profunda unión carnal…

Este artículo del proyecto mARTadero, lanzado desde una mirada lanzada de lo sociológico del urbanismo, es un aporte al pensamiento colectivo y progresivo y a la construcción social a través del arte.